Friday, August 8, 2008

Context, context...

As I was writing the previous post, it struck me that I was wondering about precisely what Borges covers in "Pierre Menard, author of the Quixote".

One message Borges delivers: the meaning of the literary text is more a function of the context (historical, cultural, etc) than it is of the text itself. Which means each reader creates the meaning of what he/she reads starting from what the author wrote - each one of us, in a personal way.
Another message he delivers: the meaning of the literary text is more a function of the process involved in creating it than in the result.
What I find more attractive than the messages (I do not want to want into discussions that involve the Barthes and the Baudrillards of the world... too far from what I can grasp) is the way Borges uses his immense wit to convey them in a tiny fraction of what these so-called scientists do, while provoking in the reader the pleasure that comes with stumbling on unexpected beautiful gems.

Enjoy (text in spanish):

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Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
  • ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
  • ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.
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